Bajo la lluvia

[por Anzan Hoshin]

Buenas noches. Esta es la noche del jueves 15 de diciembre de 1988, nueve años después de la cremación de mi maestro, el Venerable Yasuda Joshu roshi. Esta noche, me gustaría continuar donde lo dejé en el teisho del martes por la noche.

Después de secarme la lluvia fría del pelo, me dieron un poco de sopa. Ya era bastante tarde, así que me indicaron que sacara mi saco de dormir y durmiera en la despensa que hay junto a la cocina. Lavé el cuenco cuando Joshu roshi y el tenzo se fueron, desenrollé el saco de dormir y me tumbé a dormir. Estaba muy emocionado pensando: «Esto es… esto es».

Hacia las cuatro de la mañana me despertó el monje principal. Me dijo que era hora de sentarme en tangaryo. Tangaryo es una tradición, una costumbre del «viejo país». Cuando un monje llegaba a un monasterio y pedía que se le permitiera quedarse allí a estudiar, se sentaba durante varias horas o tal vez un día entero, arrodillado en los escalones del monasterio, con su saco al lado. Le repetían que se fuera, que no había sitio para él. Si persistía, al final del día le invitaban a entrar, le daban algo de comer y le decían que podía pasar la noche, pero sólo la noche. Por la mañana, se le echaba para que esperara de nuevo en la escalinata, o se le conducía a una habitación pequeña y algo abierta, donde se sentaba tangaryo.

Tangaryo es sentarse dentro del monasterio, sin estar realmente en el monasterio todavía. Es un campo de pruebas, en el que el maestro y el monasterio ponen a prueba al monje potencial, y el monje se pone a prueba a sí mismo. La estructura consiste simplemente en sentarse. Puedes cambiar de postura todas las veces que quieras, puedes levantarte y hacer kinhin todo el tiempo que quieras, pero debes estar sentado siempre que alguien venga a ver cómo estás. Así que puedes sentarte o puedes caminar sin ningún orden ni ritmo particular, excepto el que te dicten tus rodillas, tu espalda y tu mente. Parece una estructura bastante abierta pero, por supuesto, el truco está en que tienes que estar sentado siempre que alguien venga a controlarte, y puede ocurrir en cualquier momento.

Como aún no era monje cuando llegué a Hakukaze-ji, me dijeron que sólo tendría que sentarme dos días en tangaryo. Enrollé mi saco de dormir, lo aseguré al armazón inferior de mi mochila y senté la mochila frente a mí, de modo que me senté de cara a ella, como se me había ordenado. Ésta también es una parte importante del tangaryo. Justo delante de ti están tus posesiones. Delante de ti está la posibilidad de levantarte e irte sin mirar atrás. Justo delante de ti está la posibilidad de quedarte. Si te vas, vete. Si te quedas, quédate.

Durante los dos últimos años me había sentado tres, cuatro o cinco veces al día, pero nunca me había sentado un día entero. La idea se me había pasado por la cabeza, pero sólo de la forma más romántica; ya sabes, sentándome de esa forma indolora que sólo ocurre en nuestra imaginación. Así que me senté, y al cabo de un rato me levanté y caminé, y luego me volví a sentar. Al cabo de un rato, el monje principal volvió y me enseñó a hacer oryoki. Tangaryo también proporciona una oportunidad para que el monje aprenda las costumbres de ese monasterio en particular, los diversos shingi o modos de conducta monástica: cómo atravesar las puertas, cómo y cuándo hacer gassho, cómo es un conjunto de oryoki, los procedimientos de dokusan, etcétera, etcétera. El monje jefe se fue y yo me senté y caminé. Oí que alguien se acercaba, así que me escabullí de vuelta a mi zafu, mirando fijamente mi mochila. Vino el tenzo y me dio sopa, arroz y pepinillos. Comí, me senté y caminé un poco más.

Jugué en mi mente durante algún tiempo con preguntas como «¿qué es Mu?» o «¿cuál es el Rostro Original?»; y esto fue lo más asombroso: en mi práctica aspiraba a lo último y, sin embargo, aquí estaba el Zen poniéndome cara a cara con lo relativo. Es curioso lo del Zen. Es tan intransigente. Lo que queremos, lo que esperamos, no tiene nada que ver con el Zen, como no tiene nada que ver con nuestras vidas, porque el Zen trata de nuestras vidas. Si quieres buscar y realizar la Naturaleza Última, el Zen te enfrenta cara a cara con tus rodillas doloridas, tu mente dolorida, tus estrategias y tus rencores, tu ira y tu miedo. Si quieres obsesionarte con lo relativo, con tu ira, tu miedo y tus rodillas doloridas, el Zen siempre te obliga a intentar mirar lo último. De cualquier forma, no puedes ganar.

Me pareció increíble que me aburriera tanto. Nunca me había aburrido tanto en mi vida. Me había aburrido en la escuela, me había aburrido en la iglesia, me había aburrido en las cenas familiares, me había aburrido sentado en mi habitación un domingo por la tarde, me había aburrido hablando con los amigos, pero nunca me había aburrido tanto de mí mismo. Era increíble: me aburría tanto. Todos los pensamientos, todas las expectativas, todas las fantasías, todos los miedos, eran tan increíblemente aburridos.

Este aburrimiento era como una pesada carga que se asentaba y congelaba alrededor de mi cabeza y mis hombros, alrededor de la mochila y la pared, alrededor del suelo, alrededor de los sonidos que iban y venían. Así que empecé a interesarme mucho por ese aburrimiento. Cuando lo hice, las cosas empezaron a cambiar. Los sonidos de los pájaros me dolían en el vientre y en el pecho. El dolor de mis rodillas atravesaba el momento como algo brillante, algo afilado. Mi postura se producía en medio de un gran espacio. Ya no encontraba ningún «aburrimiento». Ya no estaba seguro de lo que podía encontrar, pero estaba la respiración, estaban los sonidos, estaba esta escena, esta postura. Me levanté y caminé y allí estaba caminando. Me senté y me perdí en mis pensamientos, me perdí en la autocompasión, pero después de un tiempo, recordé lo aburridos pero al mismo tiempo lo interesantes que eran.

La práctica nos pone cara a cara con todo lo que hay de personal en nosotros y luego nos empuja más allá, hacia la intimidad, una intimidad tan vasta que no puede ser personal. Aunque esto no es todavía la verificación de lo absoluto, es mucho más absoluto de lo que lo relativo ha sido nunca. El Sandokai, de Sekido Kisen, dice: «Lo absoluto y lo relativo, como una caja y su tapa. Lo absoluto y lo relativo, como dos flechas que se encuentran en el aire».

Terminó el primer día de tangaryo y el segundo fue muy parecido: aburrimiento, dificultad, interés y alegría alternándose, pero todo ello ocurriendo justo delante de mí, justo dentro de mí, justo ahí. Empecé a perder todas mis ideas preconcebidas sobre la práctica. Ya no tenía lo que creía haber ganado en mis dos años de práctica. Nada de eso valía nada, porque había algo más allá del valor, algo más allá de cualquier precio, que ocurría allí mismo, en ese momento de práctica. No entendía muy bien qué era, pero había empezado a entender la práctica. Un poco más tarde, por supuesto, perdería esa comprensión y obtendría una nueva, y más tarde perdería aquella y obtendría otra.

La práctica revela y abre un sentido ilimitado, un sentido sin sentido, que siempre está abierto a ir más allá. La práctica en sí no es acomodarse en una postura firme, ni acomodarse en esta respiración, ni acomodarse en este momento. Es entregarse a este momento. Es el esfuerzo dinámico de este momento en sí mismo, sin ningún lugar en el que asentarse, ningún lugar al que aferrarse, ninguna posibilidad de aferrarse.

Al final del segundo día, me llevaron a tener mi primera entrevista (shokan) con Joshu roshi, en la que solicité convertirme en alumno. Le ofrecí tres postraciones y algo de dinero que tenía en mi cuenta de ahorros, y me aceptó como estudiante. Ahora mismo, no puedo expresar mi gratitud por haber conocido a un maestro así. Cuando le conté mis experiencias en tangaryo, me dio instrucciones formales en zazen. Cuando le hablé del romanticismo y del aburrimiento, me golpeó en el hombro con el bastón y me dijo: «Sí, claro, la práctica está aquí… la práctica está aquí».

Este hombre, mi maestro, tu abuelo en el Dharma, fue realmente el único ser humano verdadero que he conocido, y ésta es la esencia de la práctica: llegar a ser verdaderamente humano en medio de nuestros diversos estilos y estrategias, que se describen mediante los seis reinos: el reino del infierno, el reino de los fantasmas, el reino de los animales, etcétera. La práctica consiste en darnos cuenta de nuestra humanidad y, en esta humanidad, dejar de ser nada en absoluto. Entonces, como dice Dogen zenji: «Descubrimos el verdadero cuerpo humano (shinjin ninka) que va más allá de los tres cuerpos de Buda, más allá del espacio y del tiempo, más allá del yo y del otro». En nuestra práctica, trabajamos directamente con nuestra confusión, con nuestra claridad, con nuestros pensamientos, con nuestros sentimientos, con nuestras esperanzas y temores, con todo lo que nos hace ser lo que somos. Y nos damos cuenta de que es justo aquí, en lo personal y en lo relativo, donde se manifiesta lo absoluto y se puede entrar en ello. ¡NO EN OTRO LUGAR!

Descubrimos también que lo que creemos saber, lo que suponemos sobre la realidad, lo que suponemos sobre lo que parece personal y relativo, no es cierto en absoluto. Y así, lo que más apreciamos, lo que más tememos, no está realmente aquí.

La práctica es un misterio que escapa a nuestra comprensión, al igual que nuestra vida es un misterio que escapa a nuestra comprensión. Debemos practicar nuestras vidas y entrar realmente en este misterio. Debemos comprender de verdad y no comprender de verdad. Siendo honestos con este momento tal y como es, debemos ser honestos con este ver, este oír, esta mente y este cuerpo, y debemos ser honestos con aquello que está viendo, oyendo, sintiendo esta postura, de pie, sentado, tumbado.

Joshu roshi me dio una palmada más fuerte en el hombro y dijo: «¿Puedes sentir esto? Esto es la práctica. Que puedas sentir esto. ¿Qué es eso que lo está sintiendo?», preguntó. Habiendo recibido la Transmisión del Sello de la Mente de este maestro, Yasuda Joshu Dainen Hakukaze roshi, no he recibido otra cosa que manos vacías. Por esto estoy muy agradecido. Esto nunca podré pagarlo. Os pido a cada uno de vosotros ahora, en este momento, con esta postura, con esta respiración, que hagáis real esta Vía, que practiquéis vuestras vidas, que encontréis lo que está vivo. ¿Qué es lo que nace? ¿Qué es lo que muere?

La nieve cae y cubre el día, cubre la noche. Cada copo llena siempre las diez direcciones y los tres tiempos. Las diez direcciones y los tres tiempos se manifiestan siempre como este único copo de nieve. Como este único aliento. Como este único pensamiento. Como este único cuerpo-mente. Dejando caer este cuerpo-mente, yendo más allá de las [diez] direcciones, yendo más allá de los tiempos. ¿Quién es éste que mira fijamente a la pared? ¿Quién es el que vagabundea en el pensamiento? ¿Quién es éste que siente esto, que oye esto?

Os agradezco vuestros esfuerzos. Os pido que continuéis estos esfuerzos, que os esforcéis en vuestra vida. Mientras haya respiración, mientras haya pensamiento, mientras la mente y el cuerpo surjan, practicad este momento de la forma más plena, más completa. Entrad una y otra vez en vuestras propias vidas, hasta que os deis cuenta de que no hay un ir y venir, ni un lugar donde quedarse.

Por favor, disfrutad.

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